La falta de créditos, o la falta de música, es una forma válida de establecer el tono. Entre los cincuenta y los setenta, los créditos estaban hechos por artesanos de la imagen que se ganaban su fama a pulso, pero hoy en día, con la aparición de los ordenadores, parece que ese arte es más común.
Pero hubo una época en los que Saul Bass y Maurice Binder destacaron por ser dos de los tipos más codiciados de Hollywood. Saul Bass y su Vértigo, Psicosis o El hombre del brazo de oro y Binder con los clásicos de James Bond, se ganaron a pulso su rinconcito en la memoria cinéfila de todos.
Más que los créditos de Superman, que todo el mundo recuerda como revolucionarios, siempre me han encantado los créditos con historia, los que me a cada plano puedo soltar un "WOW". Por eso, unos títulos de crédito modelo son los de La vida privada de Sherlock Holmes de Billy Wilder. Una magnífica, aunque algo larga, película de 1.970.
Los créditos son de Maurice Binder, que rodó unas extraordinarias imágenes, sencillas y efectivas, que aumentan el rollito místico del detective (y el primer plano de una placa con el reflejo de un bus londinense es una absoluta genialidad).
La música del "siempre en estado de gracia" Miklos Rozsa es una maravilla, como todas sus bandas sonoras, pero es que además, en esta peli adapta su concierto para violín. Obra maestra. Por cierto, utilizar ese concierto para violín no es aleatorio si tenemos en cuenta la pasión por ese instrumento del famoso personaje inglés.