
La frase del título es conocida por todos. La oímos a menudo cuando se encienden las luces de los cines. Podemos ponerla en primera posición de nuestro ranking particular cuando la peli les ha parecido un soberano aburrimiento.
También hay frases como “la música es preciosa” que se suelen dar cuando un pequeño tema se repite y se repite quedándose en la mente del espectador durante un par de horas.
Estos comentarios me hacen mucha gracia. No los critico porque el cine tiene esa rara cualidad que tienen algunas artes: todo el mundo tiene opinión. Y eso está bien. Muy bien. Porque la realidad es que hay mucha gente que va a un museo y le da pánico reconocer que un cuadro no le gusta. A veces, yo creo que la mayoría de las veces, ni siquiera emite un juicio. Da miedo reconocer que un Picasso no te gusta o que la música de Mozart te parece un coñazo insuperable. Pero el cine, por muchos premios que den a una película o mucha crítica maravillosa, todo el mundo puede opinar lo contrario. Y si te has aburrido, ya puede ser una obra de arte que a ti te parece un coñazo de lujo.
Lo que nunca he oído cuando salgo de un cine es aquello de “que maravillosa Dirección de Producción” o “me encanta el montaje de esta película”. Y ahora que nos vienen todos los premios que nos gustan (léase: Goya y Oscars) es el momento de analizar dos categorías:
Mejor Director de Producción: Esta categoría, que no tiene nada que ver con el productor de la peli (al que le dan el premio cuando sale lo de “mejor película del año”) no tiene parangón. El director de producción es el jefe de coordinación, por decirlo de alguna manera, la persona que está a pie de cañón en el rodaje y está atento a las demandas del director y, por tanto, del rodaje. En España, le damos un Goya.
Ahora, ¿cómo diablos se entera la gente de que ha sido un rodaje muy bien planeado? No se entera. Quiero decir, aunque los resultados en pantalla parezcan una maravilla, el rodaje puede haber sido un auténtico desastre y el Director de Producción, un despropósito. Tengo amigos que me cuentan las barbaridades cometidas en Alatriste y, sin embargo, la directora de producción ganó un premio. Por supuesto, era un rodaje ciertamente complicado. Pero... ¿estamos premiando Directores de Producción o estamos premiando rodajes complicados?
Un misterio.
El montaje es mucho más gratificante. Uno puede saber, con cierta pericia, cuando una peli está bien montada. Ya no sólo es una cuestión de ritmo y, por supuesto, no es una cuestión de número de planos. Hasta la Academia de Hollywood se presta al error cuando, cada dos o tres años, para hablar del montaje en la gala de los Oscars, ponen la secuencia del coche de French Connection. Sí, tiene un montón de planos, pero... ¿no sería delicioso que pusieran un plano secuencia para mostrar que, a veces, el talento está en no contar?
El problema del montador es que nunca se sabe el material que ha dejado en el suelo. De repente, hay planos maravillosos o posibilidades mucho mejores que nunca verán la luz. Eso sí, como el material que ha salido es bueno, consideramos al montador bueno. Hay tantas películas en donde un buen plano largo es interrumpido por un inserto (hoy día, hay un miedo atroz a mantener los planos, lo cual es absurdo. Hay mucho director que debería ver un par de veces películas como Los Puentes de Madison, de Eastwood, que parece que a todo el mundo le gusta y los planos se mantienen quietitos maravillosamente bien).
Los montadores buenos son muy fáciles de identificar: el mismo Spielberg, hace muchos años, reconoció que Tiburón era tanto de él como de Verna Fields (ella le decía al joven director: “Aquí me falta un plano”. Así, Spielberg iba y lo rodaba).
Pero esa no es la cuestión. Un montador bueno puede ser maravilloso con un material extraordinariamente bueno... pero, ¿cuántas películas hemos visto que están francamente bien y el material de partida era muy, muy mediocre? Respuesta: Nunca lo sabremos. A ese montador magistral, además, tampoco le daremos un premio.
PD: Siguiendo con Spielberg: un montaje maravilloso es la despedida de E.T. al final de la película. Cuando la vuelvan a ver, analicen exactamente cuál es el momento en el que empiezan a llorar (y si no es el caso, el momento en el que se les pone un nudo en el estómago). Yo lo adelanto: no es cuando E.T. pone el dedo en la frente de Elliot, ni cuando dice sus palabras... Es cuando el montador inserta el plano de la madre, conmovida por la situación. Justo ahí, empezamos a derramar lágrimas y eso, amigos míos, es arte.