17 abril, 2013

Con sinceridad aplastante

A raíz de este vídeo la curiosidad acerca de anécdotas raras de los Oscars se despertó repentinamente. Ya sabemos que los comentaristas de esta gala de premios, sobre todo en España, suelen ser irrespetuosos, todo les parece mal y siempre cuentan las mismas historias: que si el Tío Oscar, que si Sally Field lloró cuando recogió el premio, que si apareció un tipo desnudo cuando presentaba David Niven...  

Yo me he propuesto contarles algunas anécdotas que, posiblemente, no sepan.

Y en un ataque de sinceridad, les confieso que muchas de estas anécdotas las he sacado directamente de IMDB en una noche aburrida. Esto de decir la verdad sin pudor es un recurso maravilloso que he aprendido de Roger Spottiswoode, director de cine que no me acaba de gustar pero que me ha sorprendido gratamente en los reportajes de El mañana nunca muere.

Roger Spottiswoode
En estos reportajes de 007 hay una sección de secuencias eliminadas en las que sale el director de cada película comentando por qué se quitaron esas secuencias. La excusa más habitual es esa de "rompía el ritmo del relato y era innecesaria". Pero Spottiswoode, que es un señor llamativamente feo pero con mucha gracia, dice "esta secuencia la eliminé porque estaba muy mal rodada. Me faltaban planos. No sé... lo hice mal ese día. No había por donde cogerla".

La sinceridad es el recurso último del documental Still Alive centrado en la carrera de Paul Williams. El cantante y compositor de éxito estuvo expuesto como nadie a la televisión en los 70, tropecientas veces invitado al show de Johnny Carson y asiduo a The Muppets... y que en los 80 desapareció del panorama por el abuso sistemático de drogas y alcohol. 
Paul Williams

Hay un momento en el documental en el que le enseñan al cantante unos vídeos de un programa que él presentaba a principios de los 80. El cantante no se reconoce. Se asquea. Ve a otra persona completamente diferente y se aleja del ordenador -es una secuencia que vale el documental completo-. El Paul Williams actual, limpio de polvo y paja, no logra entender al Paul Williams de los 80.

Pero volvamos a los Oscars. Siempre se habla de la cara de póker que ponen los perdedores, con una media sonrisa y aplaudiendo a rabiar. Para eso, realmente hay que ser buen actor. Pero no todos son actores y el caso de Phil Collins en la gala de 1.985 es muy simpático: fue el único cantante al que no se le pidió, por la razón que fuera, que cantara personalmente su canción Against all Odds. En su lugar salió Ann Reinking. Y a mitad de canción, las cámaras captaron la cara de enfado de Collins con esta versión, pero cabreo de verdad...

Casi tanto como la cara de cabreo de Bill Murray cuando perdió su Oscar por Lost in Translation.

Gene Hackman
La carrera de Gene Hackman cambió para siempre en 1989 cuando se sentó en el patio de butacas. Estaba nominado por su (tremendo) papel en Arde Mississippi. Hackman no sólo es un gran actor sino un tipo concienciado. El caso es que cuando pusieron su "clip de nominado", la escena era bastante violenta. Demasiado. En sus palabras fue algo en plan "dentro del contexto de la película, es una escena buena... pero fuera de contexto es muy violenta". A Hackman no le gustó nada que mil millones de personas (la audiencia de los premios) vieran este pequeño trozo y a partir de ese momento, el actor se cuestionó toda su carrera, la elección de sus papeles e incluso se planteó su retiro (que por cierto, hoy día es real).

Mas triste es que Bernard Herrmann no ganara su Oscar a la mejor banda sonora en 1976 cuando estaba doblemente nominado por Taxi Driver y Fascinación. Lo curioso del caso es que la noche de los premios ya había fallecido. El último día de grabación de la música de Taxi Driver, el compositor volvió al hotel a descansar y allí murió placidamente.

John Randolph
Pero quizá la muerte más relacionada con los Oscars, incluso más que la de Peter Finch por Network -que ganó un premio póstumo- es la de Sarah Cunningham. A esta no la conoce ni Dios, pero su marido era el actor John Randolph (su papel más conocido posiblemente sea el de Sérpico). Él y su mujer llegaron a la gala de los Oscars del año 1986 y apenas empezada la ceremonia, a ella le dio un ataque de asma. Murió en plena gala.

Cuando Spielberg recogió su premio Irving G. Thalberg a toda una carrera, el galardón del premio no era estable y según iba hablando, tenía que sujetarlo firmemente sobre la mesa. Estuvo un par de veces a punto de caerse y hacer el ridículo más espantoso. Aunque ese honor lo tiene el músico Carmine Coppola, padre de Francis, que al recoger el Oscar por la música de El Padrino II se le escapó de las manos y lo rompió en mil pedacitos. 

Nada que con sesenta dólares no se pueda cambiar (que es el precio real de la estatuilla). Que se caiga en las escaleras la mejor actriz al ir a recoger su premio es algo demasiado reciente sobre lo que escribiré dentro de unos años.