Leo con estupor en El Mundo acerca del preestreno del musical de Spiderman. Vale la pena que lean el artículo porque fue un completo desastre. Y es que los previos de una obra de teatro de Broadway no son un ensayo general (aunque pueda parecerlo). Son para comprobar que partes funcionan con el público, en donde se aplaude, que cosas hay que cortar y para rodar la obra antes de su estreno real. Pero no son para que nada funcione y los actores se queden colgados del techo durante media hora (y aguantando las risas del público).
Y es que el musical de Spiderman lleva años coleando. El equipo artístico, con la gran Juliet al frente, es impresionante... y sobre la música de Bono no tengo dudas. Pero, ¿que quieren que les diga? Hacer un musical de Spiderman es, como mínimo, la peor de las ideas posibles.
No aprovecho este fracaso para decir un "ya lo dije". De hecho, estoy convencido de que finalmente será un éxito de público. Pero la idea de partida es mala, mala, mala. Lo que define a estos tiparracos con capa, en muchos casos, no se puede ni llevar al cine. Quiero decir, el gran acierto de Sam Raimi fue copiar visualmente muchas de las viñetas en las que Spidey se balanceaba. De alguna manera, eso alimentaba nuestro disco duro, refrescando cientos de imágenes que tenemos almacenadas.
Y es que, con todos mis respetos, hay ciertas cosas que, cuando cambian de elemento, pierden la gracia: ver caer una lámpara en un teatro es espectacular, pero verla caer en una película...; que aparezca un helicóptero en un escenario es una barbaridad, pero no resultará nada espectacular en una película y, por supuesto, señores disfrazados de animales tienen mucha fuerza sobre el escenario, pero en el cine no aguantaríamos ni diez minutos.
Es que si trasladamos al cine El Fugitivo, la serie de televisión, se convierte en una película de policías y ladrones. Pero lo que define la serie, un tipo que cada semana se tiene que esconder en un sitio diferente, conocer gente nueva y cambiar de nombre constantemente, no puede meterse en 90 minutos. Por eso, la magnífica película de Harrison Ford se llama igual que la serie de televisión, pero poco tiene que ver con el espíritu.
Eso sí, como siempre hay excepciones, porque si alguien me dijera hoy que quiere ponerle música al clásico de Víctor Hugo, Los Miserables, le diría exactamente lo mismo: ni se te ocurra... te vas a estrellar seguro.
Y puestos a contradecir todo lo anterior (uno es un mar de contradicciones), el anuncio tiene buena pinta:
Eso sí, como siempre hay excepciones, porque si alguien me dijera hoy que quiere ponerle música al clásico de Víctor Hugo, Los Miserables, le diría exactamente lo mismo: ni se te ocurra... te vas a estrellar seguro.
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