Es difícil pronunciar su nombre y bastante más difícil escribirlo. Pero el talento de Stephen Schwartz como compositor lo sitúa a la altura de Lloyd Webber o Alan Menken. Stephen Sondheim juega en otra liga. Como ya saben y si me lo permite Fernando Trueba, Sondheim es Dios.
He hablado del trabajo de Schwartz en algunas ocasiones, como cuando se me caía la baba con Wicked (aquí) o como cuando me di cuenta del talento que rebosaban las canciones de El príncipe de Egipto (aquí).
El primer número musical de El príncipe de Egipto es uno de esos momentos cinematográficos que nunca se olvidan. En la tradición de los grandes musicales, comienza con un gran coro de esclavos. Construyen una gran esfinge bajo la atenta mirada (y algunos violentos latigazos) de sus capataces. No sólo la música es magnífica, la planificación y el montaje formalista es espeluznante.
La canción sigue (otra vez: tradición de gran musical) en el hogar de Moisés, con la madre cantando. Los guardias están matando a los niños y la madre se lo lleva al río para que Moisés bebé pueda salvarse. En un cambio magistral, el número musical continúa en forma de nana (una melodía que en mi casa se canta a todas horas, sobre todo en la ducha). La canastilla del bebé se aleja por el río y nos da el primer plano de la mujer llorando (plano que se ha convertido en la imagen de la peli). Comienza un interludio musical bastante espectacular con la cesta y el bebé sorteando toda clase de peligros, hasta que llega a la casa del faraón, en donde se retoma el tema de la nana, primero cantado por la hermana de Moisés y luego, por un coro extradiegético (palabreja rara que, básicamente, nos dice que es un coro que no se justifica con la imagen. Hasta ahora, todas las voces de la canción procedían de personajes que cantaban).
Y atención, planazo de la mujer del Faraón con Moisés en brazos y su verdadero hijo en segundo plano intentando no quedar en segundo plano. Un número musical bastante completito.
Stephen Schwartz, además de compositor, suele hacer las letras, lo que no es habitual (también Dios Sondheim lo hace). Y en muchas ocasiones, ha sido el letrista de otros músicos, como su colaboración con Alan Menken en la letra de Pocahontas y El Jorobado de Notre Dame.
Todo esto que estoy contando sobre Schwartz, es porque creo que su mejor obra es Godspell (un musical que siempre se ha dicho que seguía la estela de Jesucristo SuperStar porque se estrenó un año más tarde y, bueno, va más o menos de lo mismo).
Pero no me entiendan mal. Como musical, Godspell me parece abominable (y casi peor es la película que hicieron). Como entramado de guión, los personajes, las parábolas... me parece que... si en su tiempo era malita, verla con ojos actuales es un acto de masoquismo que no procede. Es una obra perfecta para universitarios, para colegios mayores, para institutos. Las reglas del musical están bien claras para que se pueda representar por todo el mundo (algo en plan "si pones esta canción aquí, esta otra la puedes cambiar para el final", y además, tiene canciones como Beautiful City, que puedes ponerlas o quitarlas). No tiene decorados (con un sofá lo tienes todo) y su vestuario son unos vaqueros y pintura de atontao en la cara.
Pero sus melodías son fáciles de retener, sus armonías claritas, sus coros tienen gancho y en todo eso, radica su gracia. En realidad, gracias a eso, existen muchos vídeos en Youtube con representaciones de institutos que son bastante dignas y suenan bien (independientemente, de que los actores jóvenes cantan bien pero mueven las manos incansablemente, cerrando el puño en los momentos de pasión).
Pero es en Godspell en donde Schwartz marca la diferencia. La obra de teatro estaba hecha y aquí, él solo puso la música. Cada canción de Godspell es una obra maestra en sí misma (y por eso, es una pena que los personajes se pongan a hablar después de cada canción).
Tengo tres versiones en CD de este musical, pero la que suena mejor es la de la película. Deben oír entero el Day by Day, su canción más conocida, porque al minuto y quince segundos, aproximadamente, tendrán las mismas ganas que yo de saltar por la habitación con una pandereta (desgraciadamente, lo digo en serio: oigo esta música, se me pone la piel de gallina y busco una pandereta desesperadamente). Es el poder de la música.
Lo que si lamento es que tengan que oír esta obra maestra de canción con las desagradables imágenes de la peli.
He hablado del trabajo de Schwartz en algunas ocasiones, como cuando se me caía la baba con Wicked (aquí) o como cuando me di cuenta del talento que rebosaban las canciones de El príncipe de Egipto (aquí).
El primer número musical de El príncipe de Egipto es uno de esos momentos cinematográficos que nunca se olvidan. En la tradición de los grandes musicales, comienza con un gran coro de esclavos. Construyen una gran esfinge bajo la atenta mirada (y algunos violentos latigazos) de sus capataces. No sólo la música es magnífica, la planificación y el montaje formalista es espeluznante.
La canción sigue (otra vez: tradición de gran musical) en el hogar de Moisés, con la madre cantando. Los guardias están matando a los niños y la madre se lo lleva al río para que Moisés bebé pueda salvarse. En un cambio magistral, el número musical continúa en forma de nana (una melodía que en mi casa se canta a todas horas, sobre todo en la ducha). La canastilla del bebé se aleja por el río y nos da el primer plano de la mujer llorando (plano que se ha convertido en la imagen de la peli). Comienza un interludio musical bastante espectacular con la cesta y el bebé sorteando toda clase de peligros, hasta que llega a la casa del faraón, en donde se retoma el tema de la nana, primero cantado por la hermana de Moisés y luego, por un coro extradiegético (palabreja rara que, básicamente, nos dice que es un coro que no se justifica con la imagen. Hasta ahora, todas las voces de la canción procedían de personajes que cantaban).
Y atención, planazo de la mujer del Faraón con Moisés en brazos y su verdadero hijo en segundo plano intentando no quedar en segundo plano. Un número musical bastante completito.
Stephen Schwartz, además de compositor, suele hacer las letras, lo que no es habitual (también Dios Sondheim lo hace). Y en muchas ocasiones, ha sido el letrista de otros músicos, como su colaboración con Alan Menken en la letra de Pocahontas y El Jorobado de Notre Dame.
Todo esto que estoy contando sobre Schwartz, es porque creo que su mejor obra es Godspell (un musical que siempre se ha dicho que seguía la estela de Jesucristo SuperStar porque se estrenó un año más tarde y, bueno, va más o menos de lo mismo).
Pero no me entiendan mal. Como musical, Godspell me parece abominable (y casi peor es la película que hicieron). Como entramado de guión, los personajes, las parábolas... me parece que... si en su tiempo era malita, verla con ojos actuales es un acto de masoquismo que no procede. Es una obra perfecta para universitarios, para colegios mayores, para institutos. Las reglas del musical están bien claras para que se pueda representar por todo el mundo (algo en plan "si pones esta canción aquí, esta otra la puedes cambiar para el final", y además, tiene canciones como Beautiful City, que puedes ponerlas o quitarlas). No tiene decorados (con un sofá lo tienes todo) y su vestuario son unos vaqueros y pintura de atontao en la cara.
Pero sus melodías son fáciles de retener, sus armonías claritas, sus coros tienen gancho y en todo eso, radica su gracia. En realidad, gracias a eso, existen muchos vídeos en Youtube con representaciones de institutos que son bastante dignas y suenan bien (independientemente, de que los actores jóvenes cantan bien pero mueven las manos incansablemente, cerrando el puño en los momentos de pasión).
Pero es en Godspell en donde Schwartz marca la diferencia. La obra de teatro estaba hecha y aquí, él solo puso la música. Cada canción de Godspell es una obra maestra en sí misma (y por eso, es una pena que los personajes se pongan a hablar después de cada canción).
Tengo tres versiones en CD de este musical, pero la que suena mejor es la de la película. Deben oír entero el Day by Day, su canción más conocida, porque al minuto y quince segundos, aproximadamente, tendrán las mismas ganas que yo de saltar por la habitación con una pandereta (desgraciadamente, lo digo en serio: oigo esta música, se me pone la piel de gallina y busco una pandereta desesperadamente). Es el poder de la música.
Lo que si lamento es que tengan que oír esta obra maestra de canción con las desagradables imágenes de la peli.
Magnífica página y magnífico post. Enhorabuena. Eres de los pocos que escriben de cine y saben de lo que hablan al mismo tiempo.
ResponderEliminarUn saludo afectuoso. Te seguiré leyendo.
P.S.: No me gusta la palabra friki, pero es lo de menos.