De acuerdo. Actualizo poco el blog, pero no por falta de interés. Quiero decir, cuando trabajo mucho tengo motivos para no sentarme delante del ordenador en mi tiempo libre, y cuando trabajo poco, necesito actualizar el cine y las series de televisión. De eso trata todo esto, ¿no?
Eso no quita que cada dos por tres piense "de esto tengo que escribir algo". Y los temas se acumulan y pasa lo que pasa, que de repente, vienen tres post seguidos.
En este momento, la culpa de todo lo tienen dos series de televisión: la quinta temporada de Como conocí a vuestra madre, que me ha cautivado. Me he reído como un loco y además, los productores se han dado cuenta de que el protagonista es un fiera en el mundo del musical y le han sacado partido en un par de ocasiones (una de ellas, memorable: Barney tiene que decidirse entre una mujer o tirar sus trajes a la basura).
Eso no quita que cada dos por tres piense "de esto tengo que escribir algo". Y los temas se acumulan y pasa lo que pasa, que de repente, vienen tres post seguidos.
En este momento, la culpa de todo lo tienen dos series de televisión: la quinta temporada de Como conocí a vuestra madre, que me ha cautivado. Me he reído como un loco y además, los productores se han dado cuenta de que el protagonista es un fiera en el mundo del musical y le han sacado partido en un par de ocasiones (una de ellas, memorable: Barney tiene que decidirse entre una mujer o tirar sus trajes a la basura).
La otra serie es Fringe, la apuesta que comenzó el año pasado J.J. Abrams. Y me tiene comido la cabeza. Además, es de episodio largo y no puedo ver más de dos cada noche. En ella, sale el señor que he puesto en la foto de arriba: el científico Walter Bishop. Para los que no sepan nada de esta serie, es Expediente X pero con un componente de ciencia ficción mucho más acentuado: viajes en el tiempo, obtener la última imagen de la retina de un muerto hasta, por supuesto, teletransporte.
Los créditos de la serie, de escasos segundos, tienen una melodía muy sencillita, pero muy efectiva, compuesta por el mismo Abrams (y en donde apreciarán que la mano que sale tiene seis dedos. Yo tardé media temporada para darme cuenta):
Y todo esto me lleva al título del post: la importancia de los comienzos. Ya hemos hablado muchas veces de los créditos de Saul Bass y los títulos de crédito, pero el otro día, leyendo a Stephen Dios Sondheim, éste decía una frase tan sencilla que me encantó: "Empieza bien y después ya puedes leer durante un rato la guía telefónica. El espectador está enganchado". Poco después lo resumía con estas palabras: "Set the tone".
Y estos días he pensado en cuanta razón tiene: Lloyd Webber y sus primeros números musicales: desde la mejor canción de Judas, el cine en Buenos Aires de Evita, el ballet de Cats, la lámpara del fantasma...
O Sondheim, con la Balada de Sweeney Todd, el I wish de Into the Woods o el All this Happiness de Passion.
Y después fue ampliando las miras y pensé en las aventurillas de James Bond: los primeros cinco minutos compensan todos los nombres y tramas que te tienes que tragar durante la siguiente media hora de película.
Este truco, tan infantil y tan maravilloso, ha sido aplicado desde siempre. Decía Spielberg que, gracias a la primera secuencia de Tiburón, en la que una bañista era devorada (¿se acuerdan lo terrorífico que era sin enseñar absolutamente nada? La tipa iba traslandándose violentamente de lado a lado de la pantalla, y no se veía, siquiera, una simple aleta), se pudo permitir el lujo de no volver a mostrar nada, ni siquiera en plano subjetivo, durante gran parte del metraje.
Hitchcock decía que el asesinato de Psicosis era tan brutal porque, esencialmente, no pasa nada más hasta el final de la película, pero con ese asesinato en la mente del espectador, el resto de la película iba a funcionar como un reloj.
El comienzo de las obras no sólo debe enganchar, es que además, debe establecer el tono. El director mira a la cara de los espectadores y les dice: ¡Señores, esto va de esto!.
En realidad, eso es la obertura de una obra: el público se sienta y mira a la nada (o a un telón en el mejor de los casos. O a la diapositiva de una niña en Les Miserables) y escucha la música. Esta le sitúa en un tiempo, en un modo, y le predispone a pasar las tres mejores horas de su vida. Después, el autor ya puede leer la guía de teléfonos.
Y estos días he pensado en cuanta razón tiene: Lloyd Webber y sus primeros números musicales: desde la mejor canción de Judas, el cine en Buenos Aires de Evita, el ballet de Cats, la lámpara del fantasma...
O Sondheim, con la Balada de Sweeney Todd, el I wish de Into the Woods o el All this Happiness de Passion.
Y después fue ampliando las miras y pensé en las aventurillas de James Bond: los primeros cinco minutos compensan todos los nombres y tramas que te tienes que tragar durante la siguiente media hora de película.
Este truco, tan infantil y tan maravilloso, ha sido aplicado desde siempre. Decía Spielberg que, gracias a la primera secuencia de Tiburón, en la que una bañista era devorada (¿se acuerdan lo terrorífico que era sin enseñar absolutamente nada? La tipa iba traslandándose violentamente de lado a lado de la pantalla, y no se veía, siquiera, una simple aleta), se pudo permitir el lujo de no volver a mostrar nada, ni siquiera en plano subjetivo, durante gran parte del metraje.
Hitchcock decía que el asesinato de Psicosis era tan brutal porque, esencialmente, no pasa nada más hasta el final de la película, pero con ese asesinato en la mente del espectador, el resto de la película iba a funcionar como un reloj.
El comienzo de las obras no sólo debe enganchar, es que además, debe establecer el tono. El director mira a la cara de los espectadores y les dice: ¡Señores, esto va de esto!.
En realidad, eso es la obertura de una obra: el público se sienta y mira a la nada (o a un telón en el mejor de los casos. O a la diapositiva de una niña en Les Miserables) y escucha la música. Esta le sitúa en un tiempo, en un modo, y le predispone a pasar las tres mejores horas de su vida. Después, el autor ya puede leer la guía de teléfonos.
Fringe, una de las pocas series que veo.
ResponderEliminarMe acuerdo que la empecé a observar porque escuche que podía ser la sucesora de Expediente X (extraño series como esta).
Si bien es cierto que la tiene como gran inspiradora (igual que la mayoría de las series que aparecieron después de Expediente X), pero a la vez, como bien usted dijo, lleva la ciencia ficción al extremo, o sea es más irreal.
La primera temporada estuvo más o menos, pero con un final de temporada increíble.
Y la Segunda temporada si, fue impresionante desde el primer capítulo hasta el último.
Y la gran estrella es Walter, sin duda, y el actor que lo interpreta es un capo, capo.
Todas las cosas que salen en los cortes tienen un elemento raro. La mano de seis dedos, la margarita con un pétalo que es un ala de libélula, la rana con la letra griega... Acabé de ver la segunda el otro día, y me quedé con las ganas. Deberías ver Caprica a ver qué dices.
ResponderEliminarYo me acabo de comprar el bluray así que imagina la cantidad de tiempo libre de que dispongo ultimamente: 0!!!
ResponderEliminarMe gusta el cambio de estilo del blog, mas legible.
Un abrazo.
Precisamente las dos series q estoy siguiendo tras terminar Lost y el parón de Dexter. Y pensé que con ese título del post ibas a nombrar algo que en mi entorno le ha pasado a todos: El principio de Fringe invita a no seguir viéndola. Sin embargo a mitad de temporada ya coge todo, pudieron hacer el set the tone a tiempo!
ResponderEliminarHola! me ha gustado mucho tu blog! por cierto, empecé fringe y la dejé apartada temporalmente, pero le voy a dar una segunda oportunidad porque ya son varios los que me la han recomendado! pues eso, que si te apetece y tienes un ratito te invito a que pases por el mío y si te gusta, nos enlazamos y leemos!
ResponderEliminargracias y saludos!