El pasado 26 de diciembre se han cumplido 30 años sin Howard Hawks. Una efemérides que ha pasado desapercibida en todas las revistas de cine y que no acabo de comprender.
Howard (así, familiarmente) era el director de cine de la conversación rápida, de los diálogos solapados, de los hombres que eran enemigos y amigos al mismo tiempo (tras pelearse se tomaban una copa y se reían) y de las mujeres fuertes que vestían, ¡oh Dios mío!, pantalones.
Era uno de esos profesionales que le quitaba importancia a su trabajo. Casi en los años 70, el director se fue a París a un homenaje y en una rueda de prensa le preguntaron el porqué de muchas cosas de La fiera de mi niña y el gran Howard contestaba a cada cosa: "lo hice así porque pensé que era divertido".
De hecho, opinaba que La fiera de mi niña no era demasiado buena porque todos los personajes estaban chiflados. Cuando se dio cuenta era muy tarde para cambiar las cosas, pero siempre pensó que el público no se iba a identificar con ninguno de los locos que pueblan la pantalla.
Yo creo que más que ninguna otra película, La fiera de mi niña capta a la perfección las "escenas hawksianas", si me permiten la expresión.
Es muy fácil colar en un pequeño blog una expresión como "escena hawksiana" y no explicarla, pero es que realmente no sé lo que es. Bueno, más o menos se identificar estas escenas. Es como el toque Lubitch, lo veo, lo identifico y me río, pero no me pidan que lo explique porque no tengo ni idea de lo que es.
Sin embargo, hay tres pequeñas secuencias reales de la vida de Hawks que son dignos ejemplos de escenas hawksianas. Se ha dicho que los personajes del director eran una extensión de su carisma y su simpatía...
La primera historia: Howard Hawks se dio cuenta muy pronto de que si vendía un guión listo para rodar le pagaban 3.000 dólares, pero si el guión era de otro escritor y se lo daban a Howard para que lo dirigiera, los cambios que hacía en la escritura y su toque personal sobre el papel estaba valorado en 125.000 dólares. Por eso, para poder rodar el material que le interesaba, escribía los guiones, pagaba a otro guionista para que pusiera su nombre y después mostraba interés por ese material para que se lo adjudicaran a él. De esta forma rodaba sus propios guiones (aunque firmados por otro) y cobraba 125.000 dólares independientemente de su sueldo como director.
Por eso, en las películas de los grandes estudios, no hay que fiarse de los créditos. Los directores de fotografía rodaban una secuencia en un plató y por la tarde se pasaban por otro. Los músicos se cubrían entre ellos con secuencias musicales completas... y los guionistas firmaban material de otros a cambio de un buen fajito de billetes.
La segunda historia: Jack Warner era el típico director de estudio que se pasaba el día reunido. Hablar con él era una tarea absolutamente imposible, pero adoraba a Howard Hawks (¿hay alguien que no lo adorara?). Aprovechándose de esta situación, Howard abría un poquito la puerta del despacho del Sr. Warner y deslizaba una pelota de golf para que rodara por el suelo hasta golpear los pies de Warner. Este se levantaba de la mesa y decía: "Hemos terminado" y se iba a jugar al golf con Hawks. Allí, el director de cine podía contarle al productor cualquier problema o cualquier proyecto que tuviera en mente sin que nadie interrumpiera.
Y un final infeliz: Como sacada de una de sus películas, la muerte de Hawks fue digna de una gran comedia negra. Tenía problemas vasculares y estuvo varios meses con problemas desencadenados por... tropezar en casa con su perro. Su caída le llevó al hospital en donde la cosa se fue complicando (con poco más de ochenta años) hasta morir...
Howard (así, familiarmente) era el director de cine de la conversación rápida, de los diálogos solapados, de los hombres que eran enemigos y amigos al mismo tiempo (tras pelearse se tomaban una copa y se reían) y de las mujeres fuertes que vestían, ¡oh Dios mío!, pantalones.
Era uno de esos profesionales que le quitaba importancia a su trabajo. Casi en los años 70, el director se fue a París a un homenaje y en una rueda de prensa le preguntaron el porqué de muchas cosas de La fiera de mi niña y el gran Howard contestaba a cada cosa: "lo hice así porque pensé que era divertido".
De hecho, opinaba que La fiera de mi niña no era demasiado buena porque todos los personajes estaban chiflados. Cuando se dio cuenta era muy tarde para cambiar las cosas, pero siempre pensó que el público no se iba a identificar con ninguno de los locos que pueblan la pantalla.
Yo creo que más que ninguna otra película, La fiera de mi niña capta a la perfección las "escenas hawksianas", si me permiten la expresión.
Es muy fácil colar en un pequeño blog una expresión como "escena hawksiana" y no explicarla, pero es que realmente no sé lo que es. Bueno, más o menos se identificar estas escenas. Es como el toque Lubitch, lo veo, lo identifico y me río, pero no me pidan que lo explique porque no tengo ni idea de lo que es.
Sin embargo, hay tres pequeñas secuencias reales de la vida de Hawks que son dignos ejemplos de escenas hawksianas. Se ha dicho que los personajes del director eran una extensión de su carisma y su simpatía...
La primera historia: Howard Hawks se dio cuenta muy pronto de que si vendía un guión listo para rodar le pagaban 3.000 dólares, pero si el guión era de otro escritor y se lo daban a Howard para que lo dirigiera, los cambios que hacía en la escritura y su toque personal sobre el papel estaba valorado en 125.000 dólares. Por eso, para poder rodar el material que le interesaba, escribía los guiones, pagaba a otro guionista para que pusiera su nombre y después mostraba interés por ese material para que se lo adjudicaran a él. De esta forma rodaba sus propios guiones (aunque firmados por otro) y cobraba 125.000 dólares independientemente de su sueldo como director.
Por eso, en las películas de los grandes estudios, no hay que fiarse de los créditos. Los directores de fotografía rodaban una secuencia en un plató y por la tarde se pasaban por otro. Los músicos se cubrían entre ellos con secuencias musicales completas... y los guionistas firmaban material de otros a cambio de un buen fajito de billetes.
La segunda historia: Jack Warner era el típico director de estudio que se pasaba el día reunido. Hablar con él era una tarea absolutamente imposible, pero adoraba a Howard Hawks (¿hay alguien que no lo adorara?). Aprovechándose de esta situación, Howard abría un poquito la puerta del despacho del Sr. Warner y deslizaba una pelota de golf para que rodara por el suelo hasta golpear los pies de Warner. Este se levantaba de la mesa y decía: "Hemos terminado" y se iba a jugar al golf con Hawks. Allí, el director de cine podía contarle al productor cualquier problema o cualquier proyecto que tuviera en mente sin que nadie interrumpiera.
Y un final infeliz: Como sacada de una de sus películas, la muerte de Hawks fue digna de una gran comedia negra. Tenía problemas vasculares y estuvo varios meses con problemas desencadenados por... tropezar en casa con su perro. Su caída le llevó al hospital en donde la cosa se fue complicando (con poco más de ochenta años) hasta morir...
Comparto tu admiración por Hawks porque para mí es uno de los más grandes en casi todos los géneros: comedia (además de La fiera de mi niña, Luna nueva, Bola de fuego...), western (todos los Ríos), gángsters (Scarface...), negro (El sueño eterno).
ResponderEliminar¿Dónde están aquellos ciclos que hacían imprescindible a TVE?