Aunque parezca mentira, esta historia es rigurosamente cierta. Está bien documentada en unos cuantos libros de cine y el propio Spielberg ha hablado en numerosas ocasiones sobre el tema.
A finales de los 60, cuando todos los estudios de cine comenzaron a tener problemas serios de dinero, decidieron vender gran parte de sus tierras (que incluían magníficos decorados) para construir urbanizaciones. Sin embargo, en la Universal, antes de desprenderse de sus instalaciones, una mente pensante decidió que podría ser un negocio que los turistas visitaran los estudios e incluso se les permitiera entrar en la cantina para comer algo al lado de sus actores favoritos.
Una de las primeras personas que visitó los estudios Universal fue el joven Spielberg, que con algo menos de 20 años, consiguió que un tío suyo le prestase un coche (a condición de conducir a menos de 60 Km. por hora) para viajar hasta Los Ángeles.
Una vez dentro del estudio, en plena visita, Steven se escondió del grupo de visitantes y se dedicó a colarse en todos los rodajes para ver de cerca a sus ídolos. Entre otras cosas, pudo ver a Hitchcock en plena faena en el rodaje de Cortina Rasgada, hasta que el director inglés se dio cuenta y mandó que echaran a ese joven entrometido.
Ese día, Spielberg se dedicó a presentarse a todo el mundo sin decir, evidentemente, que se había colado. Y sobre todo, puso especial interés en conocer al guardia de seguridad de la puerta, porque al día siguiente, ya con chaqueta, corbata y un maletín vacío, entró por la puerta de la Universal como si fuera un ejecutivo más. Nadie puso objeción.
Así pasaron los días, con Spielberg entrando en la Universal y viendo de cerca todos los rodajes que podía. Y cuando tenía oportunidad, dejaba caer que había dirigido unos cortos, por si alguien estaba interesado.
La época dorada de Hollywood llegaba a su fin y todo el complejo de oficinas del edificio principal de la Universal estaba medio vacío. Así que Spielberg colocó su nombre en una de las puertas, llamó a un tipo de mantenimiento y le pusieron un teléfono y le dieron una extensión. Después llamó al de la puerta y le dijo que si alguien preguntaba por él, estaría en su despacho. Así, con dos huevos.
Spielberg pasó así varias semanas dando tumbos por el mundo del cine y haciendo amigos (su capacidad de entusiasmo ya era conocida). Una de esas personas, con cierto poder de decisión, tuvo la oportunidad (o suerte, según se mire) de ver su corto Amblin (que más tarde daría nombre a una de las productoras más potentes de Hollywood) y así consiguió comenzar a dirigir desde lo más bajo de la Universal, que en aquel momento era su división para televisión. Así, el joven Spielberg dirigió, con sólo 21 años, algunos episodios de Marcus Welby, el episodio piloto de Colombo o Night Gallery (en donde dirigió a una distante Joan Crawford).
Pasaron los años y en la televisión americana se pusieron de moda los telefilmes. La Universal comenzó a trabajar en ese campo y uno de los primeros trabajos que presentaron fue El diablo sobre ruedas, la primer gran obra maestra de Spielberg, que en Europa se estrenó en los cines. Después llegaría el Festival de Cannes, la crítica, Loca Evasión y, por supuesto, Tiburón: la película que inventó la doble cola en el cine, para sacar la entrada y para entrar.
Esta es la historia.
Yo siempre lo defiendo: Spielberg es un narrador nato, un contador de historias. En una época en la que muchos directores buscan imágenes impactantes, esteticismo en bruto, la gran mayoría se olvida que el gran maestro de este tipo de cine es Spielberg, que jamás deja que una imagen le rompa el sentido de su relato. Una secuencia de Spielberg, en realidad, cualquier secuencia, es una clase magistral de narrativa cinematográfica. Y si alguien tiene alguna duda, debería revisitar Tiburón, Encuentros en la tercera fase, Salvar el soldado Ryan o La lista de Schindler.
PD: Esta historia de Spielberg en la Universal no la sabía cuando estaba en la Facultad de Ciencias de la Información en Madrid. Un día, mi clase tuvo una visita guiada a Filmoteca Española (a la sede en donde se trabaja, no al cine). Yo debía estar en la cafetería o intentando ligarme a alguien (cosas de la juventud), pero no me enteré de esa excursión hasta el día siguiente.
Cuando me contaron lo bien que se lo habían pasado, cogí el metro y me presenté en la Dehesa de la Villa yo solito y le conté al tipo de seguridad que no había podido venir el día anterior pero que me interesaba mucho el tema y si por favor era tan amable de llamar a alguien para que me enseñara el trabajo que se hacía en la Filmoteca.
Allí una señorita muy amable me llevó por todas las instalaciones hasta que llegamos al laboratorio de restauración de películas de Juan Mariné. La conversación con este señor se alargó unas cuantas horas, comimos juntos, hablamos de sus películas, merendamos y quedamos para seguir hablando al día siguiente, que me hizo un contrato y donde me quedé trabajando los tres años que me quedaban de carrera en la restauración de pelis.
Ha quedado probado que mi carrera no es la Spielberg, pero las dos historias tienen moraleja: en esta vida hay que tener más cara que espalda. Ser bueno en casa está bien, pero no sirve de mucho. Como decía mi padre cuando hacía alguna aberración al volante, como saltarse un semáforo en rojo: "el mundo es de los espabilados".
EN ESTE VIDEO, JIM CARREY CUENTA COMO SPIELBERG PREFIRIÓ DARLE EL PAPEL DE E.T. A UNA MARIONETA EN VEZ DE A ÉL:
A finales de los 60, cuando todos los estudios de cine comenzaron a tener problemas serios de dinero, decidieron vender gran parte de sus tierras (que incluían magníficos decorados) para construir urbanizaciones. Sin embargo, en la Universal, antes de desprenderse de sus instalaciones, una mente pensante decidió que podría ser un negocio que los turistas visitaran los estudios e incluso se les permitiera entrar en la cantina para comer algo al lado de sus actores favoritos.
Una de las primeras personas que visitó los estudios Universal fue el joven Spielberg, que con algo menos de 20 años, consiguió que un tío suyo le prestase un coche (a condición de conducir a menos de 60 Km. por hora) para viajar hasta Los Ángeles.
Una vez dentro del estudio, en plena visita, Steven se escondió del grupo de visitantes y se dedicó a colarse en todos los rodajes para ver de cerca a sus ídolos. Entre otras cosas, pudo ver a Hitchcock en plena faena en el rodaje de Cortina Rasgada, hasta que el director inglés se dio cuenta y mandó que echaran a ese joven entrometido.
Ese día, Spielberg se dedicó a presentarse a todo el mundo sin decir, evidentemente, que se había colado. Y sobre todo, puso especial interés en conocer al guardia de seguridad de la puerta, porque al día siguiente, ya con chaqueta, corbata y un maletín vacío, entró por la puerta de la Universal como si fuera un ejecutivo más. Nadie puso objeción.
Así pasaron los días, con Spielberg entrando en la Universal y viendo de cerca todos los rodajes que podía. Y cuando tenía oportunidad, dejaba caer que había dirigido unos cortos, por si alguien estaba interesado.
La época dorada de Hollywood llegaba a su fin y todo el complejo de oficinas del edificio principal de la Universal estaba medio vacío. Así que Spielberg colocó su nombre en una de las puertas, llamó a un tipo de mantenimiento y le pusieron un teléfono y le dieron una extensión. Después llamó al de la puerta y le dijo que si alguien preguntaba por él, estaría en su despacho. Así, con dos huevos.
Spielberg pasó así varias semanas dando tumbos por el mundo del cine y haciendo amigos (su capacidad de entusiasmo ya era conocida). Una de esas personas, con cierto poder de decisión, tuvo la oportunidad (o suerte, según se mire) de ver su corto Amblin (que más tarde daría nombre a una de las productoras más potentes de Hollywood) y así consiguió comenzar a dirigir desde lo más bajo de la Universal, que en aquel momento era su división para televisión. Así, el joven Spielberg dirigió, con sólo 21 años, algunos episodios de Marcus Welby, el episodio piloto de Colombo o Night Gallery (en donde dirigió a una distante Joan Crawford).
Pasaron los años y en la televisión americana se pusieron de moda los telefilmes. La Universal comenzó a trabajar en ese campo y uno de los primeros trabajos que presentaron fue El diablo sobre ruedas, la primer gran obra maestra de Spielberg, que en Europa se estrenó en los cines. Después llegaría el Festival de Cannes, la crítica, Loca Evasión y, por supuesto, Tiburón: la película que inventó la doble cola en el cine, para sacar la entrada y para entrar.
Esta es la historia.
Yo siempre lo defiendo: Spielberg es un narrador nato, un contador de historias. En una época en la que muchos directores buscan imágenes impactantes, esteticismo en bruto, la gran mayoría se olvida que el gran maestro de este tipo de cine es Spielberg, que jamás deja que una imagen le rompa el sentido de su relato. Una secuencia de Spielberg, en realidad, cualquier secuencia, es una clase magistral de narrativa cinematográfica. Y si alguien tiene alguna duda, debería revisitar Tiburón, Encuentros en la tercera fase, Salvar el soldado Ryan o La lista de Schindler.
PD: Esta historia de Spielberg en la Universal no la sabía cuando estaba en la Facultad de Ciencias de la Información en Madrid. Un día, mi clase tuvo una visita guiada a Filmoteca Española (a la sede en donde se trabaja, no al cine). Yo debía estar en la cafetería o intentando ligarme a alguien (cosas de la juventud), pero no me enteré de esa excursión hasta el día siguiente.
Cuando me contaron lo bien que se lo habían pasado, cogí el metro y me presenté en la Dehesa de la Villa yo solito y le conté al tipo de seguridad que no había podido venir el día anterior pero que me interesaba mucho el tema y si por favor era tan amable de llamar a alguien para que me enseñara el trabajo que se hacía en la Filmoteca.
Allí una señorita muy amable me llevó por todas las instalaciones hasta que llegamos al laboratorio de restauración de películas de Juan Mariné. La conversación con este señor se alargó unas cuantas horas, comimos juntos, hablamos de sus películas, merendamos y quedamos para seguir hablando al día siguiente, que me hizo un contrato y donde me quedé trabajando los tres años que me quedaban de carrera en la restauración de pelis.
Ha quedado probado que mi carrera no es la Spielberg, pero las dos historias tienen moraleja: en esta vida hay que tener más cara que espalda. Ser bueno en casa está bien, pero no sirve de mucho. Como decía mi padre cuando hacía alguna aberración al volante, como saltarse un semáforo en rojo: "el mundo es de los espabilados".
EN ESTE VIDEO, JIM CARREY CUENTA COMO SPIELBERG PREFIRIÓ DARLE EL PAPEL DE E.T. A UNA MARIONETA EN VEZ DE A ÉL:
Hola amigo, al ver mi cuenta corriente hoy y comprobar que me han ingresado el sueldo de agosto, y que la cantidad, eso si, coincide escrupulosamente con la de julio, junio, mayo, abril, marzo, etc., etc., etc., he comenzado a aterrizar y me he acordado del lugar en el que trabajo y de los individuos a los que tengo por jefes. Sólo espero que llegado el día de la incorporación no me pegue una tremenda ostia del mismo calibre que al empute que me he cogido hoy al comprobar el estado de mis cuentas. Por Lisboa cojonudo, lo expreso más poéticamente en mi blog.
ResponderEliminarMuy curiosa esta historia. La desconocía totalmente. Incluso podría hacer el mismo una película.
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